La mañana del 4 de octubre de 1717, como si fuera una locura programada para estallar de golpe, Felipe V sufrió un ataque de histeria cuando salió a cabalgar: creía que el sol le atacaba. Aunque el carácter del primer Rey de la dinastía Borbón siempre había oscilado con preocupante rapidez de la euforia a la depresión, nada hacía prever el comportamiento extraño de aquel día. A partir de entonces, el Rey inició un lento viaje hacia la locura extrema. No se dejaba cortar por nadie el cabello ni las uñas porque pensaba que sus males aumentarían. Así, las uñas de los pies le crecieron tanto que llegó un momento que ya no podía ni andar. Creía que no tenía brazos ni piernas. Y que era una rana.
Felipe V de Borbón fue el sucesor elegido por el último monarca de la casa de Austria, su tío-abuelo Carlos II, para convertirse en el primer Rey de la casa de Borbón en España, tras imponerse en la Guerra de Sucesión española. No obstante, su larguísimo reinado de 45 años y 3 días –el más prolongado en la historia de España– quedó marcado por el deterioro de su salud mental y la fallida abdicación a favor de su hijo Luis I, que falleció 229 días después de ser coronado víctima de la viruela. Finalmente, Felipe V, llamado «el Animoso» por la oscilación de su humor, falleció con la corona todavía en su cabeza y sumido en un estado de locura tan evidente que «hasta los pintores de cámara habían tenido que reflejar la decrepitud del Rey, hinchado y torpe, con las piernas arqueadas y la mirada perdida».
Desde la juventud, el carácter melancólico de Felipe V siempre fue conocido entre sus consejeros más cercanos. El futuro Rey de España –un adolescente tímido, abúlico e inseguro– caía continuamente en breves periodos de depresión. De este estado pasaba a uno de euforia en cuestión de minutos, como hizo gala en varias batallas contra los austracistas en la Guerra de Sucesión. Pocos años después del final de la guerra, cuando se vio enclaustrado en el viejo y oscuro Alcázar de Madrid, empezaron a aparecer con mayor frecuencia los «vapores melancólicos», que le obligaban a encerrarse y a confesarse de continuo. Un extraño comportamiento que recordaba al de su madre María Ana Victoria de Baviera, la cual pasó la mayor parte de su estancia en el Palacio de Versalles encerrada en sus aposentos a causa de una persistente depresión.
«Solo la guerra lo sacó por breves momentos de su apatía congénita, lo que le valió el sobrenombre de “animoso”. Toda su vida estuvo dominado por sus familiares», sostiene la historiadora francesa Janine Fayard sobre el perfil psicológico del Monarca. Ciertamente, el final de la guerra y la vida en los despacho le sumieron en un estado de aburrimiento, donde nunca fue capaz de encontrar aficiones e intereses que le sacaran de la apatía. Quizás fue su adicción incontrolada al sexo –aderezado por sus temores religiosos– lo único que consiguió mantener ocupada la mente del Rey. Su primera mujer, Maria-Luisa Gabriela de Saboya, que se casó con 14 años, supo satisfacer hasta su prematura muerte las exigencias de un hombre muy fogoso en el lecho real. La Reina falleció en 1714, después de darle dos herederos varones, los futuros Reyes Luis I y Fernando VI. Su muerte coincidió con los primeros compases de la enfermedad mental que consumió poco a poco la salud del Rey.
Un maníaco depresivo, en la Corte
El año 1717 es señalado por todos los historiadores como la erupción de su locura más primitiva. Empezó a protagonizar ataques de histeria en público, a sufrir terribles pesadillas –en la más recurrente trataba de ensartar a un fantasma con una espada– y en ocasiones creía ser una rana. Además, el deterioro mental vino acompañado de dolencias físicas: graves cefaleas, astenias, trastornos gástricos y se convirtió en un gran hipocondríaco sentándole mal cualquier cosa que comía.
Un punto recurrente en sus episodios de locura durante este periodo fue la relación con su segunda esposa. Siete meses después de la muerte de la Reina, contrajo matrimonio con la italiana Isabel Farnesio de Parma. Una mujer hacia la que desarrolló una fuerte dependencia sexual y afectiva, que se asentaba en el carácter férreo y autoritario de ella. Ambos se hicieron inseparables y engendraron al que sería el futuro Carlos III, pero la Reina tuvo que sufrir la fase más dura de la enfermedad del Rey.
El hispanista Henry Kamen, que ha estudiado de forma amplia la figura de Felipe V y ha revisado su cuadro médico, concluye, en la biografía que le dedicó en 2001, que el Monarca sufría un trastorno bipolar. El diagnóstico de esta enfermedad, comúnmente encuadrado como Trastorno Bipolar Tipo I, responde a muchos de los síntomas que padeció desde joven el Monarca. Así, dentro de período depresivo que registran estos enfermos se incluye un sentimiento constante de tristeza, desesperanza, pérdida de interés por actividades de las que la persona antes disfrutaba, timidez, irritabilidad, dolor crónico y desórdenes del sueño. De hecho, a partir de 1728 el Rey empezó a vivir durante la noche y a dormir durante el día. Recibía a ministros y embajadores después de la medianoche en sesiones que duraban horas.
Por su parte, la fase maníaca depresiva de Felipe V explica los episodios paranoicos, el médico psiquiátrico Francisco Alonso Fernández precisa, en un estudio para la Real Academia de Medicina, que fue en la tercera etapa de su reinado (1726-1746) cuando se mostraron los peores y más violentos síntomas de la enfermedad. La causa que pudo desencadenarlo fue la fallida abdicación que protagonizó a favor de su hijo Luis I.
Quizá guiado por los estragos de su enfermedad o porque el Monarca albergaba la ambición de reinar en Francia si fallecía prematuramente Luis XV, Felipe V firmó el 10 de enero de 1724 un decreto por el que abdicaba en su hijo Luis, de diecisiete años, casado con Luisa Isabel de Orleans, dos años menor que éste. A continuación, los Reyes padres se retiraron al Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pero la reina estuvo siempre perfectamente informada de lo que sucedía en la Corte de Madrid. No obstante, Luis I enfermó ocho meses después de viruela y murió el 31. Y aunque al haber abdicado el sucesor tendría que haber sido el otro hijo varón, la rápida actuación de la Reina Isabel de Farnesio devolvió la Corona a Felipe V. Todo ello haciendo frente a ciertos sectores de la nobleza castellana que apoyaban la opción de Fernando, argumentando que no cabía la marcha atrás en la abdicación de un rey.
El Rey que Reino dos veces
Precisamente por ello, se dice que Felipe V es el único Rey que reinó dos veces en España. Pero tras la muerte de su hijo Luis, su depresión no le permitió hacerlo de la misma manera. «Este segundo reinado estuvo dominado por los repetidos episodios melancólicos, cada vez más graves y continuos, complementados con pequeños brotes hipomaniacos (episodios destructivos), casi siempre provocados por estímulos externos positivos, que operaban a través de un sistema hipersensitivo emocional», explica en su texto Francisco Alonso Fernández. Asimismo, al trastorno bipolar se añadió un delirio nihilista de Cotard (delirio de negación), que se reflejaba en la negación de tener brazos y piernas, o de mantenerse vivo, «o de conservar la identidad humana al creerse convertido en una rana».
En sus años finales, Felipe V se recluyó en el palacio de El Pardo, donde vivía de forma huraña. «Se había empeñado en llevar siempre una camisa usada antes por la Reina, porque temía que le envenenasen con una camisa; otras veces prescindía de esa prenda y andaba desnudo ante extraños; se pasaba días enteros en la cama en medio de la mayor suciedad, hacía muecas y se mordía a sí mismo, cantaba y gritaba desaforadamente, alguna vez pegó a la Reina, con la cual se peleaba a voces y repitió tanto sus intentos de escaparse que fue preciso poner guardias en su puerta para evitarlo», relata el historiador Pedro Voltes en «La vida y la época de Fernando VI».
A la muerte del Rey, Fernando VI –el único hijo varón vivo de su primer matrimonio– ordenó a su madrastra, la Reina viuda Isabel de Farnesio, que abandonara el palacio real del Buen Retiro y se marchara a vivir a una casa de la duquesa de Osuna. Más tarde ordenó su destierro como castigo a los desprecios que había aplicado, desde su posición de poder, a los hijos y consejeros de Maria-Luisa Gabriela de Saboya.
Artículo de ABC