La primavera comenzaba en Madrid no con el florecer de las hojas ni con el trino de los pájaros, sino con los disparos y gritos de horror de la Puerta del Sol en la noche de San Daniel. La primavera continuó luego con manifestaciones, enfrentamientos políticos, escándalos y un paisaje poco bucólico, y los días eran demasiado largos era muy difícil saber qué ocurriría al día siguiente. Fue aquí, donde hoy se encuentra la estatua de Miguel de Cervantes donde se celebró unas peculiares fiestas de San Juan, en la que, desde luego, no faltaron hogueras, ni fuegos. Y es que en este lugar, se encontraba el cuartel de San Gil, cuyo destino inicial, por orden de José Bonaparte, fue cuartel de la guardia de corps, aunque posteriormente se decidió su uso para las unidades de artillería.
General Prim, cuadro de Madrazo
Aquel cuartel fue elegido por los partidos progresista y demócrata, con el general Prim como cerebro de la insurrección dirigiendo las operaciones desde la fronteriza Hendaya, ya que en aquel momento se encontraba exiliado y esperaba el momento idóneo para volver a Madrid. Y se eligió aquel cuartel porque en el estaban destinados porque allí estaban destinados muchos suboficiales, sargentos que estaban muy descontentos porque las ordenanzas militares no les permitían ascender fácilmente. Además, estaba lo suficientemente cerca del Palacio Real, apenas a unos cientos de metros, y les sería fácil llegar hasta allí y secuestrar a la Reina. El día elegido para iniciar la insurrección era el 26 de junio, pero los rumores sobre la asonada militar que se estaba preparando obligó a los insurrectos a adelantar el levantamiento. Sería el 22 de junio.
Así, pues, tras el toque de diana de ese día 22, un grupo de sargentos irrumpió en las dependencias de los oficiales del cuartel y les obligó a entregar las armas. A los que intentaron resistirse, se les ejecutó, sin más. No era un buen comienzo, pero lo comenzado, comenzado está. Los suboficiales y la tropa salieron a la calle. Mil doscientos a los que se unieron otros dos mil paisanos. Para entonces, en la Puerta del Sol ya se conocía el golpe y las tropas gubernamentales se dispusieron a controlar la situación. Una parte de los amotinados subieron por la calle Leganitos hacia la Puerta del Sol mientras otros se dirigieron hacia el Palacio real. Al mediodía, se podía oír por todo Madrid el ruido de los disparos de unos y otros. La gente huía despavorida y quien podía salía de la ciudad huyendo hacia cualquier lugar, lo más lejano posible del centro de Madrid.
Fusilamiento de los sargentos de San Gil
Los amotinados comprendieron que ninguna guarnición más se sumaba a ellos y que la lucha era desigual, por lo que retrocedieron hacia el cuartel, donde se prepararon para resistir. El general Serrano, que mandaba las tropas del gobierno, llegó hasta allí y en tan solo unas horas destrozó el cuartel a cañonazos, reduciendo a los amotinados y deteniendo a los insurrectos. Los 66 sargentos arrestados fueron juzgados y tres días después treinta de ellos fueron fusilados en las tapias de la antigua plaza de toros de Madrid, junto a la Puerta de Alcalá. Mientras, doscientos muertos y cientos de heridos era el precio de un nuevo episodio que había regado de sangre y de horror las calles de Madrid.
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